lunes, 27 de abril de 2015

Tremor

 


Todos desarrollamos reacciones pre-establecidas ante estímulos externos. Parece que a medida que crecemos experimentamos sensaciones por defecto; casi inevitables. Cada vez nos volvemos más pilotos automáticos de nosotros mismos.

Cuando me pongo muy nerviosa tiemblo, tiemblo fuerte, al punto de que no puedo sostener algo en las manos. Prendo un cigarrillo y con dificultad me lo llevo a la boca. Hay situaciones, verdades y confrontaciones que prefiero evadir para evitar sentir eso. Mi mente y mis palabras tratan de mantenerse objetivas y serenas pero mi cuerpo me delata con contracciones involuntarias, como si estuviera varios grados bajo cero.

Hay otra sensación que me acompaña desde que soy pequeña. A veces, cuando me despierto de repente antes de que amanezca, camino sigilosa y sin hacer ruido hasta la sala y miro por la ventana. En ese momento siento cosquillas en el estómago, como si una mano se metiera en mis entrañas y las agarrara fuerte, algo parecido a la sensación de nervios cuando algo muy bueno está a punto de pasar, pero mucho más intensa. No sé por qué siento eso, probablemente porque el silencio a las 4 a.m. es mucho más silencio que el de cualquier hora del día. Porque me siento cómplice del mundo como único testigo de lo que está pasando en ese momento, que generalmente es nada.

No me quedo a ver el amanecer porque cuando el negro se empieza a poner azul oscuro, la sensación de expectativa se convierte en ansiedad. El "azul reproche" del amanecer siempre ha producido en mí una melancolía inexplicable.

sábado, 25 de abril de 2015

Etapa contemplativa

Después de negociar con mi mamá llegamos a un acuerdo: los sábados por la mañana no volvía a las clases de italiano pero las reemplazaba por otra actividad, deporte si era posible. Tengo un problema: no me gusta decirle mentiras a mi mamá; y mi mamá tiene un problema: no le gusta que evada mis responsabilidades. La negociación salió bien, le expliqué que no me había gustado la metodología de la profesora y que además me la montaba mucho cuando preguntaba algo, mi mamá más que comprenderlo creo que lo aceptó con resignación.

Hoy empezaba el trato. Me levanté temprano, me bañé y salí para el sendero de la quebrada La Vieja. Queda en Rosales, se entra por la 72 con Circunvalar y de ahí uno sube ininterrumpidamente -más o menos una hora y media- hasta una virgen desde donde se ve casi toda la ciudad. 


Me crucé con un montón de extraños y me dediqué a contemplar con mucha curiosidad la diversidad de habitantes que tiene el planeta:

- Una familia: papá, mamá y bebé uniformados con sombreros de lana con orejas y un Golden retriever. El bebé iba en la espalda de la mamá. El papá corría con una felicidad incontenible adelantándose a la mamá y al bebé para tomarles fotos desde adelante. Yo estuve detrás de ellos largo rato y a eso de las 3 p.m. saldré en varias de las fotos que van a poner en Facebook.

- Una mini-colonia de costeños, jóvenes, imagino que "ejecutivos". Las mujeres sentadas embelesadas (tratando de disimularlo) con uno de los hombres que se quitó la camisa y se puso a hacer barras en la rama de un árbol. 

- Un yogi, túnica azul, barba canosa. Creo que me saludó pero yo tenía los audífonos y no lo oí. Después me dio pena con él.

- Dos muchachas hablando de hombres. Me crucé con varios pares de mujeres hablando de hombres. En una de las conversaciones una decía: "Me cogió y me piquió, muy confianzudo", la otra le respondió "Ay, sí a Diana también le hizo eso". Sentí que a la primera no le gustó para nada saber que el tipo era confianzudo con todas y no solo con ella. 

- Tres tipos jóvenes, sin bañar, flacos, cuando nos cruzamos uno de ellos les decía a los otros: "aquí se siente el abrazo del maestro". Como íbamos en direcciones contrarias no alcancé a oír de qué maestro hablaban.

- Muchísimos perros. Me acuerdo sólo de Mateo, Ramona, Milka y Maggie.

- Claudia López, la senadora, me dio la impresión de que estaba preocupada.

- El grupo "Caminantes al cielo". Cuando llegaron a la cima gritaron algún lema y se aplaudieron a ellos mismos. Bajando me tocó oír al líder del grupo diciendo que trató de reemplazar la proteína animal por proteína vegetal pero que se le subió el nivel de ácido úrico en la sangre, entonces sólo come pollo. Que aprendió una técnica de meditación de un amigo que estuvo en Tailandia. Parecía un pastor. Le estaba diciendo a una muchacha que acababa de conocer que buscara el grupo en Facebook y le diera like. Le daba soporte cogiéndola de la mano, con los dedos entrelazados. Me dio fastidio. 

- Una señora pequeña y sigilosa, que creo que era un ánima.

- Un gomelo con un pastor alemán que se negaba a caminar. Me dije a mi misma que seguramente a ese perro tan lindo le daba pena estar con el gomelo y me reí. El gomelo estaba con una muchacha y un francés. Hablaba pendejadas con la muchacha y ella de vez en cuando se volteaba y le traducía al francés. Yo iba detrás del francés y me di cuenta que sólo nosotros dos estábamos oyendo el chirrido de los árboles, que sonaban como una puerta cerrándose lentamente en una película de miedo. Adelante iban la muchacha y el gomelo arrastrando al pobre perro.

- Dos mujeres hablando un idioma que no identifiqué. No porque fuera un idioma muy extraño, sino porque yo no conozco mucho de idiomas. Me sonó a alguna película de cinearte europeo.

Y otro montón de personas y conversaciones.

Cuando estaba arriba me senté y me comí un sánduche. No tuve una catarsis pero sí sentí que algo se me acomodó por dentro. Me di cuenta que eso era la vida real y supe cuál era el lugar en el mundo que ocupábamos en ese momento el sánduche y yo. 

Cuando bajé empezó a llover durísimo. Llegué a la salida goteando y con los dedos entumecidos. Las calles de la ciudad ya no me parecieron insoportables. Lo que pasó fue como una metáfora.