lunes, 27 de abril de 2015

Tremor

 


Todos desarrollamos reacciones pre-establecidas ante estímulos externos. Parece que a medida que crecemos experimentamos sensaciones por defecto; casi inevitables. Cada vez nos volvemos más pilotos automáticos de nosotros mismos.

Cuando me pongo muy nerviosa tiemblo, tiemblo fuerte, al punto de que no puedo sostener algo en las manos. Prendo un cigarrillo y con dificultad me lo llevo a la boca. Hay situaciones, verdades y confrontaciones que prefiero evadir para evitar sentir eso. Mi mente y mis palabras tratan de mantenerse objetivas y serenas pero mi cuerpo me delata con contracciones involuntarias, como si estuviera varios grados bajo cero.

Hay otra sensación que me acompaña desde que soy pequeña. A veces, cuando me despierto de repente antes de que amanezca, camino sigilosa y sin hacer ruido hasta la sala y miro por la ventana. En ese momento siento cosquillas en el estómago, como si una mano se metiera en mis entrañas y las agarrara fuerte, algo parecido a la sensación de nervios cuando algo muy bueno está a punto de pasar, pero mucho más intensa. No sé por qué siento eso, probablemente porque el silencio a las 4 a.m. es mucho más silencio que el de cualquier hora del día. Porque me siento cómplice del mundo como único testigo de lo que está pasando en ese momento, que generalmente es nada.

No me quedo a ver el amanecer porque cuando el negro se empieza a poner azul oscuro, la sensación de expectativa se convierte en ansiedad. El "azul reproche" del amanecer siempre ha producido en mí una melancolía inexplicable.

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