domingo, 15 de marzo de 2015

Trece domingos

"...Las horas pasaban y las cartas de poker nos servían para contrarrestar la ardua tarea de no hacer nada"

La biblia dice que el domingo Dios descansó y eso parece haber marcado la historia de los domingos de la humanidad. Esas 24 horas de paso lento, mente divagando, de apartarse la realidad de los días y al mismo tiempo acercarse a la nostalgia de los asuntos irresolutos.

La sensación del domingo se me hace a veces insoportable, es una combinación del balance de los seis días que lo precedieron y de las expectativas de los seis días que hay por delante. Tiene en la mente un efecto extraño de oportunidad y redención. Me retumba en la cabeza el cliché de "cerrar ciclos". Además, la sensación de esta ciudad me abruma, la ambigüedad entre su hostilidad y las oportunidades que ofrece.

Hoy vi la gente caminar por la calle con sus perros, bicicletas y sudaderas. Me imaginaba cuál sería la procesión que llevaban por dentro... también me preguntaba si debajo de mis gafas oscuras y mi pelo recién lavado podrían ver la mía. Ese peso que nos vuelve humanos, que nos pega los pies a la tierra y no nos permite salir volando como papeles al viento.

Estar frente al mar es un escenario que parece hecho para reflexión: la pasividad de su movimiento, identificarse con ese vacío que existe durante unos segundos mientras el mar se recoge para formar una ola que después pega con fuerza. A esta hora hace una semana estaba viendo el atardecer al frente del mar; entregándome completamente a su tranquilidad y a la idea de "trazabilidad", de descifrar la red enmarañada de pequeñas acciones y decisiones que me habían empujado a estar sentada ahí. Resultando el ejercicio en la misma incomprensión de la vida, en el mismo sabor en la boca que me acompaña hace trece domingos.

Trece domingos sintiendo la incomodidad de ser extraña en mi propio entorno e inmediatamente después reprocharme por mi ingratitud. De tener afán por desprenderme, de sentir el afecto inesperado de algunas personas y la indolencia de otras de las que esperaba algo, de ver cómo la vida transcurre con normalidad para la gente ante mis ojos afligidos.

Si Robert Smith dijo en 1992 que el viernes es el día del amor, yo digo hoy, con temor a equivocarme y completamente sesgada por las circunstancias, que el domingo es el día de la nostalgia.

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