martes, 16 de septiembre de 2014

Óptimo de Pareto

"Todo en exceso es malo" nos dicen desde que estamos pequeños y con mayor insistencia cuando entramos a la adolescencia; esa etapa en la que, a excepción de estudiar y ayudar con los oficios de la casa, uno hace las cosas con pasión y sin medida. 

Esa idea de mantener la balanza equilibrada está primero asociada con la protección y la seguridad, después con la salud y la supervivencia y finalmente, y creo que es su concepción más valiosa, con el impacto de nuestras acciones. Y esto no lo digo al estilo OSHO, sino más bien de una forma "romántica-económica", pues en la teoría de la economía del bienestar existe un punto máximo llamado Óptimo de Pareto donde todos los agentes están "bien", pero si uno quiere estar mejor sólo lo puede conseguir a costa de que otro empeore.

Saber que cualquier cosa que uno haga tiene un efecto en la vida de otras personas puede ser suficiente estímulo para tratar de no sobrepasar los límites de su felicidad. Estar tranquilo y satisfecho dentro de la frontera de los Óptimos de Pareto donde el bienestar de uno se cruza con el de cada persona -conocida o desconocida- para no perturbarlos mucho. Y si algún día uno da rienda suelta a sus pasiones y se deja tentar por un poquito más de esa embriaguez que es la felicidad, sólo queda esperar con resignación que en el equilibrio que uno alteró nadie pierda algo muy significativo, y desearle a los que perdieron que en la trama de la vida encuentren su felicidad a costa de la desgracia de otro, que ojalá no sea uno.

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